miércoles, 20 de enero de 2010

Escribir a partir de un final

María es una chica joven de 21 años, universitaria, que está de intercambio durante un año en la ciudad de New York. Ella es española y apenas acaba de instalarse con su nueva familia americana. Es muy vergonzosa y tímida, y por eso le cuesta mucho integrarse en el nuevo ambiente, a pesar de controlar bastante bien el idioma.
Pasado el primer semestre la chica seguía sin trabar ninguna amistad, pues las chicas la envidiaban por su físico y los chicos correteaban detras de ella todo el día, aunque ella no tenóa ninguna intención de estar con alguno de ellos. Sólo un chico le llamaba la atención y no porque la admirase como todos los demás, por su físico, sino por su inteligencia. Era el único con el que hablaba de vez en cuando. El chico se llamaba Maikel.
A pesar de que sus "padres" la recibieron con los brazos abiertos y la trataban con todo el cariño del mundo, ella no conseguía encontrarse a gusto en aquella casa gracias a su "hermana" Jessica, a la cuál desde el primer día le cayó mal, o mejor dicho, desde el primer día de clase la empezó a odiar, porque su novio, Maikel, era el único al que María dejó acercarse a ella. Jessica estaba muy celosa de María. Ella había notado ese rechazo por parte de Jessica y cuando se enteró de que Maikel era su novio cayó en la cuenta de que eran celos y miedo lo que sentía Jessica, miedo de que su novio la dejara por ella. Entonces María habló con ella y le dijo que no tenía por qué preocuparse, que no estaba interesada en Maikel del modo que ella creía y que se alejaría de él. Y así lo hizo. Desde ese día María no volvió a hablar con Maikel y cuando éste se acercaba a darle conversación ella le poní alguna escusa y se iba.
Así pasaron días y días, semanas y hasta algunos meses, y María se sentía muy sola. Echaba mucho de menos a sus padres y hermanos, y también a su amiga Laura, con la que se escribía por correo todas las semanas, pero sobre todo a su novio, Juan, con el que llevaba sin hablar más de dos meses. Todas las noches lloraba bajo las sábanas pensando en él. ¿Qué estará haciendo? ¿Con quién estará? ¿La echará tanto de menos como ella a él? Eran preguntas a las que ella no podia responder.
El último día de curso ella recogió sus excelentes notas y tras recoger sus maletas y despedirse de su familia americana decidió subir al mirador del Empirestate antes de ir al aeropuerto a coger el avión que la traería de vuelta con su familia y amigos de España. Ya había perdido la esperanza de que cuando volviese Juan estaría esperándola. Los dos siempre habían soñado con vivir en una casita en New York y subir al mirador del Empirestate a contemplar toda la ciudad desde lo alto, pero eso ya no iba a poder ser. Así que decidió ir ella sola.
Estaba ahí, triste y sola, mirando las preciosas vistas de la ciudad desde ahí arriba, e imaginando cómo habría sido si él hubiera estado a su lado, cuando de repente escuchó una voz gritar su nombre. Esa voz le era tan familiar y tenía tantas ganas de volver a oírla... Se dio la vuelta y le vio. Él estaba ahí, con los ojos deseosos de volver a verla después de tanto tiempo, y los brazos extendidos para abrazarla de nuevo. Ella soltó un grito ahogado: "¡Juan!" Corrió hacia él, lo abrazó tan fuerte como pudo y los dos se besaron apasionadamente, como si del último beso se tratáse.